domingo, 9 de agosto de 2009

Televisión para el desarrollo

Por Fausto Segovia Baus

El mundo actual está cada día más condicionado por las imágenes visuales y sonoras, las cuales influyen sobre nosotros y sobre los niños, niñas y adolescentes, de manera inconsciente y difusa. Nuevos lenguajes audiovisuales influyen cada vez más en nuestras vidas. ¿Nos allanamos a ellos o vislumbramos una nueva estrategia de interaprendizaje? Qué nos dice la televisión para desarrollo.

Con Gutenberg nació un tipo de ser humano que vienen configurándose desde siglos: el ser humano del texto y de la letra es un ser humano reducido en su capacidad de comprensión y expresividad.

Ahora aparece en el quehacer humano la imagen y el sonido, amplificados al máximo, que golpean y proyectan lo más íntimo de nuestra estructura, y dan a luz al ser humano audiovisual.

Esta amplificación y universalización de la imagen y del sonido genera un cambio cultural importante, que se traduce en el cambio de los procesos de percepción y la concepción de los objetos y las ideas.

Y nos guste o nos disguste, el hecho está allí: existe una nueva cultura audiovisual, que trastorna el equilibrio cultural anterior. Como consecuencia, nuestros hijos y estudiantes ya no son iguales que nosotros en aquellas circunstancias.

Algo ha variado. Para unos son los valores que han entrado en crisis; para otros, un nuevo modo de comprensión del mundo y de sí mismo; y para unos terceros es el cambio de una concepción de la vida, producto del mercado, que compra y vende bienes y servicios, y también ideas e ideologías a través de la televisión.

Pero el problema es de fondo: el lenguaje audiovisual es diferente al lenguaje escrito. El primero impacta a los sentidos, a las sensibilidades; el segundo se relaciona con el raciocinio, la razón o el pensamiento. El primero es polisémico, es decir, lúdico-afectivo, concreto, dinámico y asociativo. Afecta más a la fantasía y a la afectividad que a la racionalidad humana. Difiere del lenguaje verbal escrito que es analítico, diferenciador, abstracto, racional y lineal.

En otros términos, mientras el lenguaje audiovisual se objetiva en la ficción narrativa y en el espectáculo lúdico, el lenguaje verbal se objetiva en los libros y en los textos.

La cultura racionalista exige entonces una televisión que difunda la alta cultura, la escuela y la ciencia, pero los códigos visuales y musicales son diferentes, propios del lenguaje audiovisual que, como hemos mencionado, inevitablemente tienden hacia la ficción, la fantasía y el ludismo.

Sin embargo, los estudios cualitativos de recepción muestran de manera consistente que los programas televisivos presentan dos modos diferentes de aprendizaje: uno analítico-racionalista y otro narrativo-experiencias, pero ambas formas de conocimiento ponen en ejercicio lenguajes diversos, cuyas competencias se relacionan con los hemisferios cerebrales izquierdo y derecho.

Así, este modo de conocimiento y de gratificación emocional a través del lenguaje lúdico-afectivo, permite comprender la masiva popularidad, por ejemplo, de las telenovelas, por sobre géneros televisivos más informativo-conceptuales.

El vídeo, por su parte, medio que tenido un gran desarrollo en los últimos tiempos, aparece muy útil en el trabajo educativo grupal, porque incentiva la discusión y motiva las reuniones. Y por su carácter grupal no lo hace competitivo con la radio local ni con la televisión; más que medios que medios excluyentes son complementarios.

En este sentido una televisión para el desarrollo supone un esfuerzo importante para robustecer la autoconfianza y como grupo cultural, tanto en el papel de productores como protagonistas sociales. Y porque los nuevos lenguajes también ayudan a construir mediaciones pedagógicas alternativas, a través de la formación de audiencias activas, creativas y motivadoras, antes que pasivas, manipuladas y moldeables.

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