martes, 11 de agosto de 2009

El endograma: un sistema para entender el país

Por Fausto Segovia Baus

Este es un tema novedoso en las ciencias sociales. Por endograma se entiende el proceso de internalización de los conocimientos, actitudes y valores en prácticas sociales verificables. ¿Nuestra educación forma endogramas?

El endograma genera varias lecturas; en este caso de la realidad política y económica, de los liderazgos, así como de la marcada debilidad de la familia y la caída de los referentes ante un modelo marcado por el individualismo y el hedonismo.

Un punto de partida es el reconocimiento –aunque nos pese- que nuestra sociedad está profundamente enferma. Y esta enfermedad no es otra que la desvalorización del “otro” y del “nosotros”, en aras del egoísmo, el dinero fácil, la ganancia oportuna, el placer superfluo, el poder por el poder y, en general, el doble estándar o doble moral que atraviesa todo el cuerpo social.

Una sociedad deformada por valores que se predican pero no se viven es el caldo de cultivo de la incertidumbre y la degradación paulatina, donde la infracción es la norma y no la excepción. Así, vemos con tristeza que en muchos espacios sociales, económicos y políticos prevalecen la mentira y el engaño elevados a la “categoría” de fortalezas de unos cuantos, en los que la “viveza criolla” es el sistema que otorga poder y ganancias sin límites, a costa de un Estado -de todos y de nadie-, que la mayoría quiere perjudicarle o sacarle ventajas.

El “ethos”

El endograma, según los estudiosos de las ciencias de la cultura, explica en parte este fenómeno. El endograma es una impronta o matriz mediante la cual los sujetos internalizamos valores, actitudes y creencias propios o ajenos, que se expresan en prácticas sociales conocidas como “ethos”.

La cultura está “llena” de endogramas que dan carácter, diferenciación e identidad a los pueblos y naciones. Las culturas científicas, por ejemplo, tienen un fundamento lógico o racional; en las culturas andinas, en cambio, prevalece el mito: la tradición y la reciprocidad antes que la contraprestación, la astucia y la picardía.

Familia y escuela

Los vehículos para crear endogramas, han sido por antonomasia, la familia y la escuela, como entidades formadoras de valores humanos, y dentro de este contexto, la religión también articuló las creencias, los conocimientos y las prácticas individuales y sociales a un conjunto de valores reconocidos por la comunidad.

Pero hoy, algunos medios y su estrella, la televisión, han colocado en el mismo “saco” a los objetos de consumo masivo junto a los valores humanos, otrora referentes máximos de nuestra cultura. El resultado de esta “ola” de permisividad ha sido un endograma evidente: la amoralidad secularizadora que quita referentes y ahoga el grito de unos pocos que predicamos en el desierto.

Lo grave es que frente a esta gigantesca “ola” la educación no hace nada o muy poco; más bien reproduce el modelo. Alguien decía que el sistema educativo “se colgó” hace algún tiempo. Por lo tanto, ya no educa la escuela, los chicos no leen, los profesores tampoco. La educación ya no crea endogramas –valores- que se conviertan en “carne” de nuestra cultura. Y nos vamos vaciando poco a poco de nuestro ser, llenos de aparatos y tecnologías que “atrapan” a nuestros niños y jóvenes, futuros consumidores de corrupción.

Así, el ritual de cada mañana se repite, cuando vemos y leemos las noticias, y repasamos ingenuamente el gol o el autogol que, de tiempo en tiempo, nos meten nuestros líderes.

¿Disfunción cultural?

Se ha dicho que la racionalidad científica-técnica domina en el mundo. Desde la perspectiva indígena este es un modelo de pensar y sentir “impuesto” desde la modernidad de Occidente.

En el mundo andino, en cambio, prevalece la racionalidad mítica que no ha logrado interiorizar ese conocimiento o endograma nacido de su matriz o impronta cultural.
Una constatación: el discurso pedagógico oficial no ha necesitado de la fuerza para lograr la manufactura de la hegemonía, sino que la cultura subordinada se ha suscrito activamente –a través de signos, símbolos y representaciones, denominados imaginarios o imagos- a los valores y objetivos de la cultura predominante, sin estar los sujetos conscientes, de la fuente de esos valores o los intereses que los conforman.

Se observa así una disfunción cultural, que distorsiona no solo el proceso de enseñanza-aprendizaje. El discurso pedagógico tradicional enseña “lo de afuera” donde existe un torrente de información, pero no de comunicación. No ha llegado a descifrar y descubrir a la cultura propia, “desde dentro”, así como promover la interlocución.

De esta manera, las externalidades dadas por los contenidos del discurso oral y escrito, unidas a la memorización no jerarquizadas por un aprendizaje significativo, predominan sobre la internalización de los procesos y el desarrollo de las sensibilidades, hoy estimuladas por el lenguaje icónico proveniente de las imágenes y los sonidos.

Las repercusiones de este problema, cuyas causas Erika Silva las ubica en la etnicidad, prefigura un país carente de una identidad nacional, fragmentada y con un bajo auto concepto de sí mismo.

El discurso pedagógico y los aspectos del currículo oculto, serían los mecanismos para reforzar una cultura y una ideología hegemónicas, siendo el modelo de reproducción del discurso dominante el eje de la dependencia donde el “enmarcamiento” del docente es muy fuerte.

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